La
llama permanente y vívida
pretende
crecer
dentro
de nosotros,
en
el puño abierto
que
todavía enseña aquella luz
que
baila
como
un vocabulario de avestruces hechos
a
la misma altura de las nubes.
Necesitamos
urgentemente el fuego.
Al
fin que venga
y
nos incendie los helados ojos.
Que
ponga, en el pulgar del pecho,
una
tibia manta que proteja
de
la indiferencia de las manos húmedas.
Que
llegue ya la llama inacabable
y vuelva
el
inmenso calor del continente.
Gocemos
otra vez
el tiempo de las rosas.
(De mi libro " Los frutos siderales")
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