Cómo no iba la vida a entregarle algo
de lo que merecía.
Cuánto ha fingido ser feliz,
cuántas sonrisas
esbozadas
delante la gente,
cuánto
disimular
para que su corazón
no fuera inspeccionado
por los seres que amaba .
Era como una costumbre
levantarse justo al llegar el día,
lo mismo que una autómata,
tomar café, peinarse,
echar a andar por el paseo verde
que conducía hasta el fin del fin.
Era también algo
normal en ella
decir unas palabras sin sentido,
haciendo gestos de mujer enamorada.
Constantemente le amenazaba aquella
desilusión de la
mentira,
el terrible peligro de que alguien
arrastrara su inocencia
sobre la piedra gris de la venganza.
Ella tan solo podía fingir que era
feliz como los niños
que juegan en los bancos del colegio.
Sin embargo escondía,
muy dentro de su alma, un lago lleno
de esperanza, un
torrente
de luz
divina
que habría de llevarla,
más tarde o más temprano,
hasta la límpida verdad
de su existencia.
Entonces podría contarle al
mundo
cual era su verdadera realidad.
Al fin podría descansar, abandonarse
a ese dorado sol
de la mañana.
( Poema inédito de María Luisa Mora Alameda. -Todos los derechos reservados)